Wednesday, November 24, 2004

La aventura del Mayflower

El 9 de noviembre de 1620. El pequeño velero de altas bordas con el nombre de «Mayflower» yace en un mar gris. Agitado, ante el cabo Cod cerca del lugar donde más tarde se alzará la ciudad de Boston. Las nubes de un cielo que amenaza lluvia vuelan bajas y la espuma de la resaca parece mezclarse con los jirones de la bruma. La cáscara de nuez del barquichuelo sube y baja al ritmo de las olas. A veces, cuando se deshacen las cortinas de niebla, se distinguen los acantilados negros de Norteamérica y los bosques que, detrás, se extienden sobre suaves colinas.

Junto a las empavesadas destruidas por las tormentas del «Mayflower» están, callados, los «peregrinos». Son hombres serios, por lo general con perilla y rizadas cabelleras, con trajes sencillos, oscuros, sólo alegrados por los blancos cuellos de lino. Llevan sombreros de copa cónicos; algunos se protegen con una capa. Detrás de ellos se apretujan, también vestidos con sencillez, mujeres y niños. Por fin, tras una peligrosa travesía llena de sufrimientos y esfuerzos, han llegado a las riberas del país en que han puesto todas sus esperanzas. William Bradford, uno de los patriarcas y predicadores, pronuncia palabras de agradecimiento a Dios. El capitán Miles Standish comienza a cantar el salmo:
«Los justos poseerán la tierra y morarán en ella por siempre. La boca del justo medita sabiduría y su lengua proclama el derecho...»

Más tarde se reúnen en la cabina y Bradford lee el «acta constitucional» preparada para el estado que los peregrinos van a fundar: “En el nombre de Dios. Amén. Nosotros, cuyos nombres están firmados abajo, súbditos leales de nuestro temido soberano y señor el rey Jacobo I... habiendo emprendido para gloria de Dios y aumento de la fe cristiana, y honor de nuestro rey y de nuestro país un viaje para establecer la primera colonia en las partes septentrionales de Virginia, por la presente y en debida forma, en presencia de Dios y cada uno del otro, hacemos el presente convenio y nos juntamos en un cuerpo civil político, para nuestra mejor ordenación y preservación y con vistas a los fines antedichos; y en virtud de ello redactaremos, constituiremos y promulgaremos las leyes justas y equitativas, ordenanzas, actas, constituciones y reglamentos, de tiempo en tiempo, tal como se piense más adecuado y conveniente para el bienestar general de la colonia, dentro de la cual prometemos toda la sumisión y obediencia que es debida.”

El documento lleva la fecha «21 de noviembre Anno Domini 1620». Un mes más, aproximadamente, debe capotear el «Mayflower» por delante de la costa nevada hasta que el capitán halla un lugar adecuado para el desembarco. El 21 de diciembre, por fin, los fugitivos pisan tierra de América del Norte. Su sueño consiste en erigir un reino de Dios político-espiritual. Pero como en sus corazones siguen siendo fieles hijos de Inglaterra, el territorio se llamará Nueva Inglaterra y no será más que una colonia de la Vieja Inglaterra.

Llegan del salvaje océano, de la huida y la persecución. Pero la salvadora orilla del Nuevo Mundo les exige los más duros trabajos y las penalidades más extremas. Es invierno. En primer lugar hay que talar árboles para tallar vigas y construir cabañas de troncos. Otros hombres deben dedicarse a la caza y a la pesca; porque los víveres que se han traído son escasos y están medio podridos. Eso son problemas casi insolubles para los recién llegados sederos, tejedores y escribanos.

Una crónica de los “peregrinos” narra acerca de aquellos duros tiempos:
“No menos de la mitad de los peregrinos murió durante los primeros meses, y con frecuencia sólo media docena tenía la fuerza suficiente para recoger leña, conseguir maíz, aves o pescados y para lavar las ropas de los enfermos...»
Los peregrinos pertenecían a la secta que se llamaba de los “puritanos” (los puros). En su apasionada lucha religiosa contra la iglesia romana y los reyes Estuardos católicos, pero también contra la más moderna iglesia anglicana, habían sido casi exterminados. Querían vivir con toda sencillez y severidad según las normas de la Biblia y con la humildad de los cristianos primitivos.

El rey Jacobo I los había expulsado de Inglaterra e impulsado a la protestante Holanda. Pero también allí habían tenido conflictos religiosos. Finalmente consiguieron mediante dificultades indecibles (y gastándose los últimos ahorros) el permiso del rey inglés para fundar una nueva colonia en el territorio salvaje y desconocido entre los Nuevos Países Bajos y Canadá. El 16 de septiembre de 1620 se había hecho a la mar el «Mayflower» con los «peregrinos» a bordo, los ancestros de la nueva colonia...

El territorio colonizado por los peregrinos alrededor de Plymouth es la segunda colonia de los británicos en América del Norte. Avanza la conquista del continente. Los ingleses llegan desde el principio como granjeros, artesanos, comerciantes; como fundadores de caseríos, pueblos y ciudades. Se internan en el oeste en constante lucha con los indios autóctonos, que por lo general no usan las tierras más que como territorios de caza. Llegan así a la barrera de los montes Allegheny. Los franceses, que marchan a lo largo del río San Lorenzo y los grandes lagos generalmente como cazadores de pieles, exploradores, misioneros y traficantes, sólo construyen unos pocos fortines pero muy pocos asentamientos agrícolas, se comportan de muy otro modo. Los franceses canadienses se convierten en los grandes aventureros y descubridores; los ingleses, por el contrario, retienen el suelo que pisan.

En 1681-82, un piadoso cuáquero, W. Penn funda una colonia más: Pensilvania.
La guerra fronteriza entre los franceses tendentes de Canadá a la Luisiana, es decir de norte a sur, y los británicos que avanzan hacia el oeste a partir de sus colonias costeras, se lleva, con intervención de los indios, del modo más cruel. Mediante una serie de combates, los ingleses consiguen atravesar la barrera de los Allegheny y en la guerra de 1755 a 1763 conquistan el Canadá. Norteamérica será inglesa.

fuente: editorial bitacora